En general somos un tanto pesimistas, por no decir cínicos, cuando nos preguntamos
si en un no tan lejano futuro será posible que la pobreza en el mundo acabe
de una vez y para siempre. Sin embargo sí que hay motivo justificado para el
optimismo. Después de muchas décadas de ver aumentar la pobreza sin parar, por
fin, en los últimos 25 años ha comenzado a disminuir, y lo que es mejor, las
perspectivas para el futuro son todavía mejores.
El Banco Mundial, la institución que se encarga de gestionar la ayuda internacional,
hace también estadísticas
sobre la pobreza. Calcula que entre 1981 y 2001 la proporción de personas
viviendo por debajo de 1 dólar al día, ha descendido del 33% al 18%. Y no solo
en términos relativos, aunque la población mundial no ha parado de crecer, el
número de pobres ha disminuido en unos 400 millones. Más que la población de
los EEUU.
Lo malo es que la pobreza no ha bajado uniformemente por todo el mundo. Las
buenas noticias han venido principalmente del Extremo Oriente y Sureste Asiático,
sobresaliendo China por su tamaño. En la India, aunque la mejora no ha sido
tan espectacular empieza a ir por el buen camino desde 1990. En cambio, en el
África Subsahariana la pobreza va a peor, y eso que aquí es a donde va la mayor
parte de la ayuda internacional.
No es ningún secreto, aunque los antiglobalizadores parecen olvidarlo, que
las historias de éxito de los tigres asiáticos y de la India no se ha debido
a la ayuda internacional, sino a los mercados abiertos a las exportaciones y
a la inversión propia y exterior. La diferencia la ha marcado el relanzamiento
de la globalización desde 1980.
Ni las ONGs, ni la ayuda internacional se pueden apuntar el éxito. Curiosamente
han sido las grandes empresas "depredadoras" que hacen "dumping social" en los
países pobres y los empresarios locales, los que han creado puestos de trabajo
y pagado salarios, aunque sean míseros y con no muy buenas condiciones sociales
para nuestros estándares, pero que han sido una bendición para muchos trabajadores
que han logrado salir de la pobreza y cubrir sus necesidades.
Y lo mejor de todo es que el despegue de Asia parece ya imparable. Dentro de
una o dos generaciones, la pobreza en la India y Extremo Oriente puede ser por
fin historia.
En Latinoamérica son varios los países que han tomado el camino de la liberalización
más o menos acentuada (Chile, Mexico, Brasil) y no parece que les esté yendo
mal el experimento. Chile, el más decidido liberalizador, es el mayor éxito
de momento. Nada impide que los demás países, incluso la turbulenta Bolivia,
no puedan beneficiarse con las mismas recetas.
Incluso en África, algunos países como Ghana y Uganda están sacando partido
de la globalización, aunque no sea el caso de la mayor parte del continente. Las
recetas liberales no son la única solución, aunque tampoco
parece que lo esté siendo la ayuda internacional alegremente gastada. Los problemas
de África son múltiples y graves: malos gobiernos o incluso ausencia de verdadera
autoridad, enfermedades tropicales, SIDA, deficiente alfabetización, falta de
infraestructuras, lejanía del mar o de vías navegables para facilitar la exportación.
Realmente la ayuda internacional hace mucha falta y, lo que es más importante,
que esté bien dirigida.
La ayuda tiene dos caras. Puede ser un alivio de los estragos de la pobreza,
aunque la experiencia, al menos hasta ahora, es que las carretadas de dinero
han hecho poco por acabar con la pobreza en África. Parece que se nos da muy bien lo de
regalar peces, pero somos unos mantas enseñando a pescar. Es más, la ayuda en
grandes cantidades y mal dirigida puede ser perjudicial, haciendo al país dependiente
del dinero internacional y fomentando la corrupción.
No será posible acabar con la pobreza en África sin buenos gobiernos y buenas
leyes que mimen a los empresarios y la inversión, y sin mercados abiertos y
libres que permitan sacar todo el provecho posible de la globalización, como
ha ocurrido en Asia. La ayuda internacional es un caramelo que tienta a todos
los gobiernos africanos, y con un poco de mano izquierda podría ser el mejor
incentivo para fomentar la democratización y la liberalización. Si no hacen
los deberes, se acaba la ayuda.
Por supuesto que nada de esto se les oyó a las celebridades multimillonarias
Live 8, que bastante tienen con autopromocionarse una vez cada 20 años, y que
todo el mundo vea lo guays y lo generosos son. Tampoco la campaña "Make
poverty history" parece ser especialmente brillante. Ni la condonación de
la deuda, ni el comercio "justo" que promocionan van a hacer gran cosa por acabar con la pobreza.
El mejor comercio justo sería, sin ninguna duda, que los países ricos abran
sus mercados y acaben con las cuotas y subvenciones que impide que los países
desfavorecidos accedan a los mercados en igualdad de condiciones.
La pobreza y la desigualdad sigue siendo la principal lacra mundial, de la
que no podemos sentirnos muy orgullosos. Pero por primera vez hay buenas noticias
y mejores perspectivas para el futuro. La lección aprendida es que los países
ricos por sí solos no pueden (podemos) acabar con la pobreza. Sin buenos gobiernos
y un entorno que favorezca la inversión de las empresas no hay nada que hacer.
La ayuda internacional será bienvenida, especialmente para que la educación,
la salud y las infraestructuras no sean un obstáculo al desarrollo, pero es
sobre todo la inversión, incluida la inversión extranjera de empresas del primer
mundo, la única que puede crear riqueza y acabar con la pobreza.
Puede que estas conclusiones no sean del gusto de la izquierda idealista, pero
la realidad es obstinada y sigue sus propios caminos, no los que a nosotros
nos gustaría.