miércoles, agosto 31, 2005

El alma del embrión

Jéssica me ha liado para que escriba un post sobre el aborto, en el que también podría incluir por el mismo precio otros temas de bioética como la investigación con células madre. Pero le voy a dar largas y hacerle esperar un tiempo mientras me documento y reflexiono, que buena falta me hace. Mientras perpetraré posts sobre otros temas colaterales, que surjan por el camino. Este texto es una reflexión sobre los retos que algunos descubrimientos científicos recientes plantean sobre el concepto religioso del alma. Mi perpetración no es por ateísmo militante y proselitista, sino por puras ganas de hacer travesuras mentales.

El fondo de todo debate religioso sobre el aborto, tan de actualidad en EEUU, es la idea-fuerza de que el alma se introduce en el óvulo fecundado (zigoto) en el momento mismo de la fecundación, y que desde ese momento ya es un ser humano, y por tanto inviolable. Me limitaré a la visión cristiana, para no dispersarme demasiado. El alma viviría en el cuerpo hasta el momento de la muerte (y tal vez más allá de acuerdo con la creencia en la resurrección de la carne), pero en cualquier caso sobreviviría a la muerte y seguiría viviendo eternamente. Durante la vida humana, el alma sería responsable de la elección entre el bien y el mal, porque al fin y al cabo más adelante se le juzgará por esas acciones y recibirá por ello premios o castigos en la vida eterna.

La primera pregunta curiosa es dónde vive el alma, ¿en el cerebro, en el resto del cuerpo, o en el cuerpo en conjunto? La pregunta no es estúpida porque un cirujano del futuro (cuando avance más la cirugía) podría coger a dos personas y hacerles un doble transplante intercambiándoles el cerebro. ¿Dónde se quedaría el alma, en los cuerpos o en los cerebros? ¿Se transplantaría también el alma? La respuesta coherente supongo que sería en el cerebro, que es donde están nuestros recuerdos y nuestra experiencia. Sería extraño que un alma se encontrase de repente con unos recuerdos diferentes. El filósofo Dan Dennett señaló acertadamente que el transplante de cerebro es el único en el que es mejor ser donante que receptor.

Ya tenemos la tecnología para clonar seres humanos. Podríamos pensar que Dios es su infinita bondad no permitirá que las personas clonadas sean desalmadas, así que en algún momento de la manipulación de la clonación insuflará el alma. En cierto sentido Dios sería un colaborador de la clonación. Los científicos se encargarían de fabricar la materia, y Dios del espíritu. Un perfecto trabajo de colaboración.

Ojo, que no estoy defendiendo la clonación. Sólo estoy haciendo experimentos mentales para poner a prueba las teorías del alma. De hecho, conforme avance el texto, las ideas que se me ocurran cada vez serán peores.

Si antes nos preguntábamos en qué parte del cuerpo está el alma, la misma pregunta es relevante en el zigoto (óvulo fecundado) o en el embrión. Al igual que en el transplante de cerebros, podemos coger dos zigotos y traspasar el núcleo de uno a otro mutuamente. El núcleo es la parte más importante del zigoto, donde está prácticamente todo el material genético. El material genético, es decir los genes, son una molécula larguísima de ADN (la doble hélice) donde está escrita la receta para construir el ser humano en el que se convertiría el zigoto. Hay otra parte de material genético que está fuera del núcleo, en unos corpúsculos llamados mitocondrias, que son algo así como los generadores de energía de la célula. El caso es que al hacer el transplante nos podemos hacer la misma pregunta, ¿dónde se ha quedado el alma de cada zigoto? ¿En la célula o en el ADN que hemos movido?

Tal vez sea en el ADN. Al fin y al cabo en uno de estas discusiones del este blog, un participante me decía que el zigoto es un ser humano porque tiene el código genético de un ser humano.

Si es así, todavía podemos liar más el asunto. Aunque el alma sea indivisible, el ADN no lo es, así que podemos mezclarlo a placer. Aún no tenemos la tecnología para hacerlo, pero bien podemos hacer el experimento mental. Podemos imaginar que tenemos varios zigotos, supuestamente cada uno con su alma, y extraemos el ADN de cada uno. ¿Sigue el alma en el zigoto sin ADN, o en el material genético que hemos separado? Atentos, que esto es como el trile, yo muevo la bolita de un vaso a otro y vosotros tenéis que adivinar donde está el alma. Bien, ahora podemos coger el ADN de los diferentes zigotos, trocearlo, barajarlo, y volverlo a juntar mezclando a placer los genes que provenían de un zigoto, con los de otro, y hacer ingeniería genética obteniendo recetas de seres humanos con las características que más nos gusten. Posteriormente cogemos este ADN sintético y lo podemos introducir en los zigotos sin material genético, o en células madre extraídas de un embrión. En cualquier caso, después del proceso, podemos implantar la célula resultante en el útero de una mujer y obtener un ser humano viable. El caso es que si teníamos un alma en cada zigoto, después de quitarles el ADN, mezclarlo (o sintetizarlo) y volverlo a poner seguramente hemos perdido la noción de qué ha pasado con las almas que Dios había insuflado al principio de todo.

Me parece que a estas alturas lo he liado ya demasiado y entre la verborrea científica y los experimentos mentales teológicos, alguno se ha perdido ya, o se ha ido a tomar cervezas que es mentalmente más sano. Así que voy a dejarlo aquí para ir concluyendo.

Desde que Galileo le puso en aprietos a la iglesia católica (o más bien al revés) religión y ciencia siguen interaccionando. El hombre de Ciencia tiene que dejarse guiar por la Ética (o por la Religión si es religioso) para ser responsable de las consecuencias de sus inventos. El hombre religioso también tiene que estar atento a los avances de la Ciencia para reflexionar en qué medida esos descubrimientos interaccionan con su fe, como le pasaba a Dimitri Karamazov, personaje de Los Hermanos Karamazov que publicó Dostoievski en 1880, 9 años antes de que Ramón y Cajal argumentase que el sistema nervioso está constituido por neuronas independientes:

Imagínate: dentro, en los nervios, en la cabeza, es decir, estos nervios están en el cerebro (¡malditos sean!) hay una especie de pequeñas colas, las colas de estos nervios, y en cuanto empiezan a agitarse…es decir, comprendes, miro algo con mis ojos y luego empiezan a agitarse, esas colitas… y cuando se agitan, aparece una imagen…no aparece de inmediato, sino que pasa un instante, un segundo…y luego aparece algo como un momento; es decir, no un momento ¡al infierno con el momento!, sino una imagen; es decir, un objeto, una acción, ¡maldita sea! Por esto veo y después pienso, por estas colitas, y no porque tenga alma, y que soy una especie de imagen y de retraso. ¡Nada de esto tiene sentido! Ayer me explicó todo esto Rakitin, hermano, y sencillamente me dejó boquiabierto. Esta ciencia, Alyosha, es magnífica. Está surgiendo un hombre nuevo: eso es lo que yo interpreto… Y sin embargo, siento perder a Dios.