lunes, septiembre 05, 2005

Lula

Luiz Inácio Lula da Silva se parece más a Tony Blair que a cualquier político de la izquierda latinoaméricana. Como si fuese un ideólogo de la tercera vía, ha apostado por la estabilidad macroeconómica como fundamento para una mayor justicia social pero, a diferencia de Blair, Lula no ha sabido encontrar recursos adecuados en el presupuesto de Brasil para acometer programas sociales de envergadura.

Bajo la dirección de la mano derecha de Lula, José Dirceu, el Partido de los Trabajadores ha experimentado una deriva al centro desde los años 90. De ser un partido anticapitalista, y contra la democracia burguesa, ha pasado a presentarse a las elecciones del 2002 como un partido social reformador, ilusionando a los votantes, pero sin espantarlos con sueños de colectivismo; gobernando como un partido con los pies en el suelo. Esto ha permitido una buena convivencia entre el gobierno de Lula y la “clase burguesa”. Sus rivales han visto que su gobierno no es un desastre para el país, y probablemente no han sentido ninguna urgencia de echarlo del poder antes de las elecciones por las malas.

La legislatura podía haber acabado de un modo tranquilo, con la clase media feliz por la buena marcha de la economía, y Lula hubiese renovado mandato si no le hubiesen crecido los enanos. La única causa del parón de gobierno de estos tres últimos meses ha sido el escándalazo de financiación ilegal y sobornos políticos en el Partido de los Trabajadores. El PT llegó al poder como el único que conservaba la limpieza y la honradez, pero los hechos han demostrado una vez más que el poder en Brasil es demasiado corruptor. No sé si hay imputados todavía, pero ya ha dimitido José Dirceu y la directiva del PT. Hay implicados también congresistas del PT, partidos aliados y opositores. Un escándalazo. No ha habido una conspiración de los enemigos de Lula, como parece entender Forges, sino un tumor dentro del propio partido de Lula.

Si dejamos los escándalos y nos centramos en los logros del gobierno de Lula, la hoja de servicios económica no está nada mal. La economía creció un 4,9% en el 2004, sin perjudicar a la inflación, ni el pago de la deuda. Con un superávit fiscal batiendo records para este año, no habrá ningún problema para el pago de la deuda externa, y eso dará confianza a los inversores. Esta confianza, que también debería bajar los tipos de interés, es la mejor esperanza para un aumento de la inversión en Brasil.

Una de las fuerzas que auparon a Lula al poder fue el movimiento de los trabajadores rurales sin tierra (MST), que agrupa a unas 4 millones de familias. Un movimiento aclamado por Noam Chomsky, como “el más importante y apasionante movimiento popular del mundo”, pero despreciado por sus adversarios como utópico, ilegal y peligroso para la economía brasileña. El caso es que Lula no ha encontrado fondos en sus presupuestos estables y austeros para acometer la reforma agraria y sus resultados han sido decepcionantes para el MST. El gobierno de Lula dice que ha asentado unas 59000 familias al año, pero esta cifras son menores que las del historial de reforma agraria del gobierno anterior (66000 al año).

No he seguido de cerca otros programas sociales del gobierno de Lula, pero mi impresión es que se han quedado enanos ante la magnitud de las verdaderas necesidades y la escasez de recursos con los que ha podido contar Lula para esos programas. Lula ha descubierto que el dinero para sus reformas sociales no llueve del cielo y que es duro de conseguir. Entre el pago de la deuda (que genera confianza en los inversores) y una administración pública llena de michelines y en crecimiento, Lula no ha sabido sacar más partido de un 37% de presión fiscal, que es bastante alto para la sociedad brasileña y que ha producido protestas de la clase media por algunas reformas fiscales.

Lula se ha encontrado con que acabar con la pobreza en Brasil es más difícil de lo que parecía, y no es tarea para una legislatura, sino para una generación o dos. La alternativa es difícil. Con una política de seriedad y estabilidad macroeconómica, la economía prospera, pero los pobres ven pocos beneficios a corto plazo y se quedan atrás mientras que la clase media ve los beneficios más inmediatos. Si hiciese una política pródiga de subvenciones y gasto público que haga llover productos y servicios públicos sobre los pobres, los inversores huirían y la economía se desplomaría. No hay atajos. Hay modos de abrir brecha poco a poco en la pobreza, si se trabaja pensando en el largo plazo y con mucha paciencia, cosa que es difícil de pedir a los votantes de Lula mientras viven en la pobreza. Para las necesidades más inmediatas, el gobierno tiene la oportunidad de aliviar la miseria más abyecta, pero no se puede pensar en que el estado benefactor puede lograr un estado de bienestar en Brasil de la noche al día de un modo sostenible. Tal vez emprendiendo una reforma de la administración pueda encontrar más recursos con los que luchar contra la pobreza de un país inmenso en promesas de futuro pero hoy por hoy enfermo de desigualdad.